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Cormac McCarthy nació en 1933 en Rhode Island, aunque pasó la mayor parte de su niñezcerca de Knoxville,Tennessee, donde se desarrollan sus primeras cuatro novelas. En 1965llamó la atención de la crítica internacional con su trabajo
 El guardián del vergel
(Debate,2000), que ganó el premio Faulkner a la primera novela. Más tarde aparecerían
 Laoscuridad exterior 
(2006),
 Hijo de Dios
(Debolsillo, 2003) y
Suttree
(Literatura Mondadori,2004), ambientadas en un Sur gótico y violento, y que han sido comparadas con la obra deWilliam Faulkner y Flannery O'Connor.En 1981, Cormac McCarthy recibió el premioMacArthur Fellowship, el reputado Genius Grant, y escribió
 Meridiano de sangre
(Debolsillo, 2001). En 1992 publicó
Todos los hermosos caballos
(Debolsillo, 2002), elprimer volumen de su trilogía, que cosechó el aplauso de la crítica y un gran número delectores: se convirtió en un
 New York Times best seller 
y vendió 190.000 ejemplaresdurante los primeros seis meses. Finalmente, el libro fue galardonado con el premioliterario más importante de Estados Unidos, el National Book. Completan la trilogía
 En la frontera
(Debolsillo, 2004) y
Ciudades en la llanura
(Debolsillo, 2005). En 2006 apareció
 No es país para viejos
(Literatura Mondadori).
 La carretera
es su nueva novela.La carreteraCormac McCarthyTraducción de Luis Murillo FortAl despertar en el bosque en medio del frío, y la oscuridad nocturnos había alargado lamano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas ycada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucomafrío empañando el mundo. Su mano subía y bajaba al compás de la preciada respiración.Retiró la lona de plástico y se puso de pie envuelto en aquellas prendas y mantas pestilentesy buscó algún atisbo de luz en el este pero no lo había. En el sueño del que acababa dedespertar vagaba por una gruta y el niño lo llevaba de la mano. La luz de los dos bailaba enlas húmedas paredes de roca
caliza.
Como peregrinos de fábula engullidos y extraviados enlas entrañas de una bestia granítica. Humeros de piedra donde el agua goteaba y cantaba.Tañendo sin tregua en el silencio los minutos de la tierra y sus horas y días y años. Hastaque se hallaban en una enorme estancia de piedra donde había un lago antiguo y negro. Yen la orilla opuesta un ser que levantaba su chorreante boca del gour y miraba hacia la luzcon unos ojos tan blancos y ciegos como los huevos de araña. Balanceaba su cabeza a rasde agua como para captar el olor de aquello que no podía ver. Agazapado allí, pálido ydesnudo y translúcido, sus huesos de alabastro grabados en sombra en las rocas que teníadetrás. Sus intestinos, su palpitante corazón. El cerebro que latía dentro de una empañadacampana de cristal. La criatura movía la cabeza de lado a lado y luego soltaba un gemidograve y daba media vuelta y dando tumbos se alejaba silenciosamente hacia la noche.Se levantó con la primera luz gris y dejó al chico durmiendo y caminó hasta la carretera yen cuclillas estudió la región que se extendía al sur. Árida, silenciosa, infame. Debía de serel mes de octubre pero no estaba seguro. Hacía años que no usaba calendario. Irían hacia elsur. Aquí era imposible sobrevivir un invierno más.Cuando hubo clareado lo suficiente observó el valle con los prismáticos. Todo palideciendohasta sumirse en tinieblas. La suave ceniza barriendo el asfalto en remolinos dispersos.Examinó lo que podía ver. Segmentos de carretera entre los árboles muertos allá abajo.
 
Buscando algo que tuviera color. Algún movimiento. Algún indicio de humo estático. Bajólos prismáticos y se quitó la mascarilla de algodón que cubría su cara y se frotó la nariz conel dorso de la muñeca y luego miró otra vez. Se quedó allí sentado con los gemelos en lamano, viendo cómo la cenicienta luz del día cuajaba sobre el terreno. Solo sabía que el niñoera su garantía. Y dijo: Si él no es la palabra de Dios Dios no ha hablado nunca.Cuando volvió el chico seguía durmiendo. Retiró la lona de plástico azul que lo cubría y ladobló y la llevó al carrito de supermercado y la metió dentro y regresó con los platos y unoscopos de avena en su bolsa de plástico y una botella de plástico de sirope. Extendió en elsuelo la pequeña lona que les servía de mesa y colocó las cosas y se sacó la pistola delcinturón y la dejó sobre el mantel y luego se quedó mirando cómo dormía el chico. Sehabía quitado la mascarilla por la noche y estaba sepultada bajo las mantas. Observó alchico y miró entre los árboles hacia la carretera. Ese lugar no era seguro. Ahora que era dedía podían verlos desde la carretera. El chico se movió. Luego abrió los ojos. Hola, papá,dijo.Aquí estoy.Ya lo sé.Una hora después estaban en la carretera. Él empujaba el carrito y entre los dos cargabanlas mochilas. En las mochilas ha bía cosas básicas. Por si tenían que abandonar el carrito yecha a correr. Asegurado al asa del carrito había un retrovisor di motocicleta que élutilizaba para mirar la carretera a sus espaldas. Se subió un poco más la mochila y observóel campe devastado. La carretera estaba desierta. En el pequeño valle 1; serpiente todavíagris de un río. Inmóvil y precisa. A lo largo de la orilla unos carrizos secos. ¿Estás bien?,dijo. El chico asintió con la cabeza. Luego echaron a andar por el asfalto bajo uní luz grisplomo, arrastrando los pies por la ceniza, cada cual el mundo entero para el otro.Cruzaron el río por un viejo puente de hormigón y varios kilómetros más adelante llegarona una estación de servicio. Se quedaron observando desde la carretera. Creo quedeberíamos ir a ver. Echar una ojeada. La
maleza,
por la que vadearon se convertía enpolvo a su paso. Cruzaron el arcén de asfalto quebrado y buscaron el tanque que alimentabalos surtidores. No había tapón y el hombre se acodó en el suelo para olfatear el caño pero elolor a gasolina era solo un rumor, tenue y rancio. Se puso de pie y miró hacia el edificio.Los surtidores con sus mangueras curiosamente todavía en su sitio. Las ventanas intactas.La puerta del taller estaba abierta y el hombre entró. Un armario metálico para herramientasadosado a una pared. Registró los cajones pero allí no había nada que le sirviera. Buenosmanguitos de media pulgada. Un destornillador de trinquete. Miró a su alrededor. Un barrilmetálico lleno de basura. Entró en la oficina. Polvo y ceniza por todas partes. El chicopermaneció en el umbral. Una mesa metálica, una caja registradora. Viejos manuales deautomóvil, hinchados y empapados. El linóleo estaba sucio y se alabeaba debido a lasgoteras del techo. Fue hasta la mesa y se quedó allí de pie. Luego cogió el teléfono y marcóel número de la casa de su padre en tiempos pasados. El chico le observó. ¿Qué estáshaciendo?, dijo.Unos trescientos metros carretera abajo se detuvo y volvió la vista atrás. No lo hacemosbien, dijo. Tenemos que volver. Sacó el carrito de la calzada y lo apoyó de costado en unsitio donde no pudiera ser visto y dejaron allí sus mochilas y regresaron a la gasolinera. En
 
el taller sacó a rastras el barril y volcó toda la basura y seleccionó las botellas de aceite decuarto de litro. Se sentaron en el suelo para recoger los posos de cada una de ellas, dejandolas botellas boca abajo de manera que fueran escurriéndose en un cazo hasta que tuvieroncasi medio cuarto de aceite para motor. Enroscó el tapón de plástico y limpió la botella conun trapo y la sopesó. Aceite para que su candilejo iluminara los largos crepúsculos grises,los largos amaneceres grises. Así podrás leerme un cuento, dijo el chico. ¿Verdad, papá? Sí,dijo el hombre.Al otro extremo del valle la carretera atravesaba un arroyo completamente negro. Troncosde árboles calcinados y desprovistos de ramas a ambos lados. La ceniza moviéndose sobreel asfalto y las manecillas flojas de cable ciego que colgaban de los ennegrecidos postes deluz gimiendo débilmente con el viento. Una casa incendiada en medio de un claro y másallá un tramo de pradera agreste y gris y un banco de lodo rojo donde había unas obrasabandonadas. Un poco más lejos vallas publicitarias anunciando moteles. Todo como enotros tiempos solo que descolorido y desgastado por la intemperie. En lo alto del cerro sedetuvieron pese al frío y el viento para recuperar el resuello. Miró al chico. Estoy bien, dijoeste. El hombre le puso una mano en el hombro y señaló con la cabeza hacia el campo quese abría allá abajo. Cogió los gemelos del carrito y observó la llanura desde la carreterahasta donde las formas de una ciudad destacaban en el gris general como un dibujo alcarbón en medio del párame Nada que ver. Ninguna columna de humo. ¿Puedo mirar? dijoel chico. Claro que puedes. El chico se inclinó sobre el carrito y ajustó el enfoque. ¿Quéves?, dijo el hombre Nada. Bajó los prismáticos. Está lloviendo. Sí, dijo el hombre. Ya losé.Dejaron el carrito en un barranco cubierto con la lona y subieron la cuesta entre los oscurospostes de árboles todavía el pie hasta donde él había visto un saliente corrido de roca y sesentaron bajo el alero rocoso y vieron cómo las grises cortina; de lluvia batían el valle.Hacía mucho frío. Se acurrucaron e uno junto al otro arropados cada cual en una mantasobre las chaquetas respectivas y al cabo de un rato dejó de llover y solo quedó el gotear enel bosque.Cuando hubo despejado bajaron hasta el carrito y retiraron la lona y cogieron sus mantas yla cosas que necesitaban para pernoctar. Remontaron de nuevo el cerro e hicieron elcampamento en la tierra seca bajo las rocas y el hombre se sentó con los brazos alrededordel chico intentando darle calor. Envueltos en las mantas, viendo cómo la indescriptibleoscuridad venía a amortajarlos. El contorno gris de la ciudad desapareció como un fantasmacon la llegada de la noche y el hombre encendió la pequeña lámpara y la puso a resguardodel viento. Una vez en la carretera cogió al chico de la mano y subieron la loma hastadonde la carretera alcanzaba su punto más alto y pudieron recorrer con la vista la regiónque se oscurecía hacia el sur, de pie a merced del viento, envueltos en las mantas, buscandoun indicio de fuego o lámpara. No vieron nada. La lámpara que habían dejado en la laderaera poco más que una mota de luz y al cabo de un rato regresaron. Todo demasiado húmedocomo para encender una lumbre. Tomaron su mísera cena fría y se acostaron con la lámparaentre ambos. Él había traído el libro del chico pero el chico estaba demasiado cansado paraleer. ¿Podemos dejar la luz encendida hasta que me duerma?, dijo. Sí, claro que podemos.Estuvo mucho rato tratando de dormir. Al cabo se dio la vuelta y miró al hombre. Su rostro
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